miércoles, junio 06, 2007

La chica cloro y su tabla amarilla

Aprender a nadar era sólo un sueño... han pasado 20 años desde mi última clase de natación, y contra todo pronóstico tomé la decisión de reinventarme por completo, y agregar un reto más en mi vida: la piscina.

La brecha entre mi habilidad y sincronización hizo que al principio pareciera una patética morsa que intentaba chapotear con sus extremidades al unísono, mientras veía pasar a los bebes cerca a mi, demostrando total destreza en sus movimientos, nadando como perrito. Y yo? ni eso sabía!.

Frente a los demás, esta loser (o sea yo), tenía un reto mucho mayor, dado que el temor al agua pudo más durante esos 20 años, y ahora tenía que demostrarme que mi cuerpo de 52 kilos podría flotar como una hoja sobre el mar (nota mental: pequeña exageración en la comparación).

Los primeros intentos fueron desesperantes... ingresaba a la piscina con la sensación de ahogarme en cualquier momento, con temor de mirar hacia adentro y con una rigidez solemne que me mantenía sobre el piso.

Pasado unas cuantas clases, me fui apoyando en quien se convertiría en una fiel compañera hasta hace un mes: la tabla amarilla. Ella se fue adheriendo poco a poco a mi cuerpo, eramos casi una. Ella me buscaba y yo a ella. Sentía que era mi motor para avanzar pataleando, y mi impulso autómatico para mantenerme en pie. Seguí fiel a ella hasta que me di cuenta que ese dolor de hombros característico que me quedaba al final de cada clase, era por su causa... su forma rectangular me mantenía tensa y no podría ayudarme a flotar... así que tuve que dejarla. Igual nos despedimos cordialmente y quedamos como amigas que nos juntaríamos para calentar al comienzo de cada clase.

Ahora con un mes apestando a cloro, he pasado a una etapa de ejercitar más mis extremidades (de manera coordinada) con una lentitud recia, y con poca sincronización en mi respiración, pero igual voy avanzando... ahora puedo decir que la chica cloro, puede flotar y nadar unos cuantos metros por sí sola.